cambios


Sí, estamos hablando de cambios de vida y maneras, recuerdos de días que ya no nos quedan, como justo suena en mi reproductor. 

Ya os dije hace un tiempo que en los aeropuertos hay tiempo de todo, a veces de más, y cuando no tenemos el futuro delante nos pasa exactamente lo mismo, que pensamos, y nunca de menos, y ese puede ser el error que nos esclaviza cada día. 

Si los nuevos medios emergentes avanzan, si la medicina descubre nuevas curas, si los colegios imparten formaciones que hace dos años ni existían, cómo puede ser que nosotros, que según dicen, somos el animal más sentimental y emocional que existe podamos permanecer ahí sentados y estáticos ante tal cambio.  Es imposible que pueda permanecer ahí quieta con el último sorbo de café, esperando que la pantalla anuncie la puerta de embarque de ese primer vuelo del año, sin antes haberme dado un pequeño paseo por mis emociones, sentimientos y de vez en cuando preocupaciones. Es imposible sentirme indiferente ante tal espectáculo, si todo cambia a la velocidad de la luz, nosotros lo hacemos aún más rápido y el que diga lo contrario es que aún no se ha parado a pensarlo. 

Y todo esto lo digo porque aún me quedan escasas dos horas para embarcar, y puedo comprobar que todo ha cambiado, que todos hemos cambiado. Dónde quedaba ese ramo de flores en la puerta de llegada de los aeropuertos, dónde quedaba ese abrazo nervioso antes del control, porque ahí los caminos se separaban, dónde han quedado los mapas abiertos en el suelo organizando el viaje antes de embarcar, dónde han quedado los tentempié en esa pequeña cafetería, carísima por cierto, y las palabras titubeantes previas a la partida, dónde ha quedado la emoción de la llegada o de la ida, y cuando hablo de emoción no me refiero a que no la haya, claro que sí que la hay, pero intuyo que de forma distinta. 

Es tarde, pero aquí no hay días ni noches, incluso me atrevería a decir que los mayores flujos se dan pasada la media noche, quizás las tarifas low cost tienen algo que ver. Pero aparte de todo esto, vengo a decir que no se trata de que nos adaptemos a los nuevos ritmos de vida, sino que sepamos cómo y de qué forma. Mientras escribía esto no sé por qué empecé a echar de menos el sms de quince céntimos, la recarga de cinco euros a la semana, la llamada telefónica al fijo de casa de aquel chico al que le gustabas y que siempre daba la justa casualidad que era papá quién contestaba, empecé a añorar las cartas en navidad o las postales en verano, empecé a sentir nostalgia por algo que a día de hoy nos lo pondría difícil para muchas cosas. 

Cuántas veces hemos oído la típica frase de que la tecnología avanza, de que nos convierte incluso en personas más superficiales, con nuevos conceptos o intereses en la vida, cuántas veces hemos oído ese ojalá volver al pasado. Y todo esto se me pasa por la cabeza porque acabo de ver que las despedidas en el aeropuerto ahora se hacen con fotos, que en los reencuentros puede, si tienes suerte, que haya una pancarta enorme esperándote, pero lo que seguro va a estar es el móvil grabando tu llegada y los besos a los tuyos, porque mientras se espera al vuelo cada uno anda en su móvil posteando que está en Barajas, que se va, y que a través de una encuesta de Instagram sus followers tienen que adivinar a dónde se va. Todo me pasa porque me siento rara, porque no son solo ellos los que están ahí, sino que yo también estoy aquí contando mi experiencia a través de esa misma red. 

¿Echaremos mañana de menos WhatsApp, echaremos de menos ver las vacaciones de todos, echaremos de menos saber dónde, cómo y con quién ha estado cada uno de nuestros contactos los doce meses del año, echaremos de menos pedir comida a casa en cinco segundos, o pedir el Cabify?

Puede que sí, de hecho, estoy segurísima de que así será, pero solo espero que nunca nos echemos de menos a nosotros mismos. Sé que lo fácil es echar la culpa a la nueva era, a que o estás en la onda o no eres nadie, y a veces hay que reconocer que es cierto, pero hay una cosa de la que jamás espero que la gente se arrepienta y es de haber dejado de sentir. No podemos dejar de lado esta nueva vida, nos sería incluso imposible, sería como vivir en una tribu en pleno núcleo tecnológico, pero ojalá que esa foto de despedida en el aeropuerto acabe con un abrazo sincero, que las llegadas no solo sean importantes para Instagram sino para las personas, que la vida en los aeropuertos fluya como antes con tanta intensidad y magia que a veces nos desborde.

No pido que esto pare, ni que se frene, de hecho, creo que necesitamos más para seguir creciendo, para seguir sumando a todos los niveles profesionales, pero que ojalá siempre esté el beso de despedida antes que esa foto previa a la partida. Porque nosotros vamos más rápido que la tecnología, solo tenemos que ser racionales y dejar que nuestra parte emocional nunca se acabe o quede supeditada a la novedad. 



Quizás eche de menos algún día, pero ojalá no me eché de menos a mí nunca. 


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