el viaje con Maryi

Tengo que decir que el ambiente que se respira en la calle es más próximo a las largas tardes de primavera, donde los afterwork se complican, más que a la profunda tarde de invierno que hoy azota en mitad de febrero. Parece que el tiempo nos está dando un respiro, y que creo que más que merecido.

Se llama Marjorie Alexandra, el próximo sábado hace 52 años, es latina y lleva en España desde 1998. Hace 8 meses que empezó a trabajar en Cabify, y noto en el tono de su voz que está contenta con el cambio. 

Diez minutos. Diez minutos es  lo que nos marca la pantalla del GPS para que yo llegue a mi destino, pero esos diez minutos creo que van a saber a una larga tarde de café con cinammon rolls entre idas y venidas mientras arreglamos el mundo, pero al otro lado de la ventana. 

La casualidad hizo que me subiese en el coche de Marjorie, o Maryi como ella era conocida, y es que el primer Cabify lo tuve que cancelar porque el conductor informó de que su GPS no funcionaba y no podía llegar a mi ubicación. Minutos más tarde Maryi me explicaba que estaba habiendo un error generalizado en el sistema, pero que ella había optado por usar el propio GPS del coche. Benditas casualidades, ¿no?

Justo en ese momento, empezamos a comentar el bien que nos hace la tecnología hoy en día, pero también la subordinación que nos supone. ¿Cuántos coches habrán tenido que cancelar su trayecto por un error de la aplicación en la señalización de los destinos?

Maryi, desde que empezó a trabajar en Cabify, se quitó todas las RRSS, decía que se sentía saturada. Yo corroboré, y es que es cierto que vivimos sobresaturados, con mucha información que supone desinformación y que distorsiona la realidad. Todo en exceso es malo. 

Maryi, hizo referencia al peligro de las redes sociales expresando con cierto tono sarcástico:  “la de matrimonios que se han cargado”, me resultó curioso porque yo en ese aspecto de la red no había reparado, mi mente únicamente pensaba en las reacciones de las stories, las indirectas en forma de canciones o incluso el famoso stalkeo. Claro, que cada generación vive las RRSS desde su posición, vivencias y experiencias. 

Maryi, expresó, y con una sonrisa pícara, que las redes sociales son como esa canción que dice te pintaron pajaritos en el aire, y yo reconozco que no pude aguantarme, y me recuerdo paradas en el siguiente semáforo continuando la canción a pleno pulmón las dos, te juraron falso amor y lo creíste. Os recuerdo que Maryi y yo nos habíamos conocido hace no más de tres minutos, pero ya veis, así es la vida. 

Justo antes de meternos en el túnel, nosotras siguiendo hablando de lo terrible que puede ser para “el amor” las RRSS, Maryi me contó una de las cientos de miles de historias que vive en su día a día.

Ella recordaba aquella noche que recogió a una jovencita, morena, alta y con unos rasgos muy dulces. La chica se despedía de un chico también bastante apuesto, y que mientras ella se cercioraba de que su cabify había llegado, este se colocaba el casco y se subía a su moto. 

La “señorita” como Maryi decía, una vez se subió al coche, empezó a suspirar profundo y las lágrimas, que parecían contenerse desde hacía ya varios minutos, empezaron a brotar sin piedad por sus mejillas. Maryi desde una posición privilegiada, absorta de cualquier tormenta, dice que lo estaba pasando realmente mal, no sabía como entrometerse en aquel sentimiento sin ser abusiva, pero sentía que algo iba mal. Fue entonces cuando la jovencita sacó de su bolso, de color fucsia muy llamativo, el móvil iniciando cariñosamente una llamada mientras cortaba aquel frío con un saludo llanamente alentador, aunque entrecortado por el derrame de sus ojos. 

Maryi entendió que debía ser alguien querido en quien aquella señorita buscaba cobijo. Cuando la chica dejó de suspirar, y sus palabras empezaron a entenderse, Maryi dice que se quedó atónita, escuchaba como la jovencita hablaba con la que después supo que era su gran amiga Carla, diciéndole que no podía ser más feliz, que no se habría imaginado ni en mil vidas que aquel chico que conoció una noche de casualidad en aquella discoteca estuviese pidiéndole matrimonio.

Reconozco que con semejante plot twist me llevé inconscientemente las manos a la cabeza. Y cuando quise salir de mi asombro esbocé una sonrisa de esas que salen de lo más profundo de nuestro ser, sentí que la oscuridad en la que nos estábamos enfrascando según Maryi avanzaba el relato se había tornado por completo, y que la oscuridad que ya acariciaba la ciudad se disipaba entre los matices de aquel final feliz. 

Maryi me miraba por el retrovisor, y dos segundos más tarde sé que notó como mi efusividad se difuminaba y mis ojos pensativos se dirigían hacia la ventana, por cierto empañada con algunas gotas de lluvia. Y sí, lo cierto es que me quedé reflexiva entre aquellas palabras y sentí pena. Sí, pena. 

Me dio pena, porque vi como inconscientemente mi mente recreo la escena de una ruptura donde ella se va y comienza a llorar por todo lo que acaban de perder. Donde se sube al coche alejándose de un presente que le hará daño durante un tiempo mientras buscaba unos brazos en los que poder llorar y sobrellevar el dolor. 

Me dio pena sentir que esos son los finales que más acostumbramos a escuchar, pena de ver más normal lo que al final acaba doliendo, a principios con los tiempos contados, a nudos en el estómago, incertidumbre, miedos e inseguridades. Dudas, idas y venidas, donde el amor, la pasión o conexión se diluye mientras dejamos de querer o nos dejan queriendo, pero sin reciprocidad.

Qué pena, ¿no?

Querida señorita, querida Maryi, ha sido un auténtico placer viajar con vosotras y recordar que los finales felices sí que existen. 





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