2 a.m.
Cuando todos caían rendidos yo creía que despertaba, como esa luciérnaga perdida en aquella ciénaga que jamás pensó encontrar la salida. Sonaban esos viejos acordes de Paramore de fondo, las estrellas del cielo brillaban, el cristal se empañaba, era una de esas gélidas noches de poco dormir y mucho soñar.
Parecía que estaba allí, donde solíamos bailar, amarrarnos las manos a nuestras cinturas, pisando el recién mojado césped, bajo la mirada atónita de esos niños pequeños que jugaban con su nueva pelota, y que de vez en cuando y con disimulo echaban un vistazo a nuestros pies descalzos, húmedos e inquietos, pero felices.
Parecía que estaba allí dónde solíamos rezar, donde el sol cada vez más grande se hacía y nuestros ojos cerraba, donde a veces te perdía de vista, y en esas décimas de segundo lamentaba el no poder volver a verte nunca más. Donde las hojas secas crujían y el viento movía las copas más altas de los árboles, esas que dibujaban y llenaban de luz los días grises, donde llovía y nos cubríamos en cualquiera de esos portales casuales.
Parecía que estaba allí donde el despertador no sonaba nunca, donde los ladrones solo robaban besos y las únicas masificaciones de gente estaban en los conciertos gritando esa inocente letra de esa vieja canción que para siempre será mía, y quizás tuya, si aún la recuerdas. Donde los desayunos de los domingos no existían porque nunca había mañanas, sino tardes y noches largas.
Parecía que mientras la música de fondo sonaba y el chasquido de esos pasos rozaba mi ventana, allí estaba, donde el tren llegaba y yo nerviosa me acicalaba, donde la primera vez que nos vimos no articulábamos palabra. Donde casi el coche me atropella porque yo nerviosa de ti o de mí, me perdí en plena arteria de Madrid.
Parecía que mientras el hielo cubría todos los coches que hoy dormían fuera, yo ahí estaba, donde pedía la hamburguesa más grande y el postre con más chocolate para después no poder ni moverme y obligarte a llevarme. Donde el arroz se lavaba antes de hacer sushi, o bueno según luego entendí, no. Donde la última onza de chocolate no se negociaba, y mucho menos la masa fina de la pizza.
Donde la mejor foto de la noche salía en aquel pequeño bar cutre, donde los juegos de cartas me quitaban toda la calderilla que acumulaba durante toda la semana. Donde las llamadas ya se quedaban cortas y las visitas exprés, a deshoras y en silencio acababan con el deseo reprimido. Donde los besos antes de salir de casa estaban obligados y los baños de caricias de vez en cuando también. Donde perderse y llorar podría pasar, pero a versos de ti ese alguien velaba por ti. Donde aquellas tormentas o revoluciones mientras que tú andabas por la playa y yo luchaba contra el mundo quedaban en nada cuando la noche acababa.
Todo parecía, mientras que yo me creía despierta cuando todos dormían. Cuando el tic-tac del reloj sonaba, las horas pasaban y el timbre del vecino a esta hora me despertaba.
Todo parecía. Todos parecían que estaban allí, conmigo, bailando, riendo, comiendo o llorando, pero solamente lo parecía...
A algunos los veré mañana o en unos días, y a otros no, pero me bastará con que sean felices recordando lo que fue compartir un cachito, por ínfimo que sea, de sus vidas conmigo o con lo que con ellos fui. Todos sabemos que el tiempo pasa, que crecer es recordar, pero también madurar, que crecer es aprender a amar, y también a perdonar, que crecer es saber querer de verdad y que todo eso jamás implicará olvidar.
Pero ahora sí, vuelvo a dormir, porque la teletienda no me entretiene ni a mí, y prefiero volver a verte a ti, por ejemplo, antes que quedarme aquí.
2 a.m.
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