8:32

La paz de las 8:32. Hace una temperatura más cercana a septiembre que a agosto, y no soy yo que tenga demasiadas ganas de otoño, que también, pero así estoy muy bien. Huele a lluvia, y a lo lejos, sobre la cúpula del Palacio Real se dibuja esa nube negra que amenaza guerra. Pero para guerra la de tu boca contra la mía, que cuando anda perdida intenta alcanzarme, en la noche me reclama y en la mañana se separa. Guerra la de tu cuerpo amarrado al mío, cuando suena el trueno y el sonido nos vuelve cuerdos. 

Guerra por la cuerda que tensamos y la batalla que libramos por no cruzar la fina línea que separa el sí del no, pero tú sigues insistiendo en que alguien tiene que ganar el juego. Como si fuera necesario, como si no pudiésemos quedarnos en tablas y los dos disfrutar de una victoria consensuada. Pero ese es el problema, solo hay gloria cuando un perdedor, cuando uno acaba cediendo y el otro marcando el final del cuento, y claro así pasa, que la vida se nos escapa y se nos escurre entre los dedos. 



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