TORMENTA
Otra vez en movimiento, y vibrando, ese pitido que se clava y el horizonte que se redibuja una y otra vez tras las ventanas del tren. Demasiada suerte, esta vez va casi vacío, ni un murmullo, solo el de mis teclas y el señor que ojea ese libro autodidacta de informática.
El cielo está gris, amenaza tormenta, similar a la de la película de hace unos días, solo que no creo que esta sea capaz de conectar pasado, presente y futuro, ojalá. Un pequeño haz de luz se deja ver entre las vides, que ya lucen verdes, y hace que la cebada sea más amarilla que de costumbre.
Me huele a final de verano, cuando las noches piden sudadera, las tardes a veces se empañan y los relámpagos iluminan el cielo. al temor al granizo y a la nostalgia por las partidas. La emoción por los reencuentros y los calendarios nuevos. El jersey nuevo que marca el inicio de temporada, o esa última mirada.
Lo peor de todo es que todavía no ha empezado agosto. A lo lejos, se ve cómo las nubes se desprenden. Cuando era pequeña pensaba que el cielo se caía, hasta que una tarde de invierno papá me explicó que es la ilusión óptica que genera la lluvia. Ahora, cada vez que lo veo me acuerdo de él y de ese paseo de domingo en el SEAT Panda por aquellos caminos interminables del campo, cuando a escondidas corríamos por la alta cebada mientras que yo empezaba a cazar atardeceres y él me miraba como si fuese a explotar de felicidad, como si nuestros pantalones, que acababan verdes, fuesen nuestras mayor secreto y mamá al llegar a casa solo nos esperase con la cena puesta y no tuviésemos que pedir clemencia.
Empecé a grabar momentos en mi mente, como si el sol no se volviese a poner cada tarde. Hice bien.
El cielo está gris, amenaza tormenta, similar a la de la película de hace unos días, solo que no creo que esta sea capaz de conectar pasado, presente y futuro, ojalá. Un pequeño haz de luz se deja ver entre las vides, que ya lucen verdes, y hace que la cebada sea más amarilla que de costumbre.
Me huele a final de verano, cuando las noches piden sudadera, las tardes a veces se empañan y los relámpagos iluminan el cielo. al temor al granizo y a la nostalgia por las partidas. La emoción por los reencuentros y los calendarios nuevos. El jersey nuevo que marca el inicio de temporada, o esa última mirada.
Lo peor de todo es que todavía no ha empezado agosto. A lo lejos, se ve cómo las nubes se desprenden. Cuando era pequeña pensaba que el cielo se caía, hasta que una tarde de invierno papá me explicó que es la ilusión óptica que genera la lluvia. Ahora, cada vez que lo veo me acuerdo de él y de ese paseo de domingo en el SEAT Panda por aquellos caminos interminables del campo, cuando a escondidas corríamos por la alta cebada mientras que yo empezaba a cazar atardeceres y él me miraba como si fuese a explotar de felicidad, como si nuestros pantalones, que acababan verdes, fuesen nuestras mayor secreto y mamá al llegar a casa solo nos esperase con la cena puesta y no tuviésemos que pedir clemencia.
Empecé a grabar momentos en mi mente, como si el sol no se volviese a poner cada tarde. Hice bien.
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