¿Para qué?

Está bañando mi piel, dando luz a mi papel y armonía a esos pequeños que corren, juegan y vuelan delante de mí. Hoy el sol está pletórico, brilla como si de una tarde de julio se tratase, como si el frío se hubiese esfumado y los días largos hubiesen comenzado. 

Algunos odian que haya en la calle gente tocando con esmero su instrumento, a mí, personalmente me encanta. Lleva un sombrero de ala corta negro, quizás ronde los sesenta años y está tocando el violín con una destreza admirable. Admirable como el vuelo de aquellas palomas que nos sobrevuelan y que coordinan su aterrizaje a la par en aquella plaza de Madrid, de la que por cierto soy su transeúnte numero uno, día sí, y día también. 

Junto a mi café, descafeinado y con leche, está mi libreta nueva esperando a ser estrenada, mi nueva compañera de días, de noches, vidas y viajes, la que quizás recoja cosas de ti, y se entere de secretos inconfesables. También esta ese bolígrafo que alguien me regaló hace unas semanas, y que con tanto cariño formó parte de mis nuevas andanzas. Sí, me gusta tener ese amuleto que signifique algo, para mí o para alguien más. 

Entre mis letras, el café y el sol, acabo de echar un vistazo a mi lista de poemas/frases/canciones favoritas, y he vuelto a recordar estas palabras de Joaquín Sabina: 

Y, si de verdad me amas,
no habrá casorio, ¿para qué?
con dos en una cama
sobran testigos, cura y juez. 

Cuesta de Moyano, diciembre, cinco grados y el cielo blanco, ahí en uno de los puestos, donde por cierto, he comprado autenticas reliquias, me topé por primera vez con estas palabras.

Y sí, es verdad, para qué, para qué necesito dejar constancia de tu presencia en mí, para qué necesito compartir con el resto tus días conmigo, para qué necesito gritar al viento que tú andas detrás. Para qué necesito si con dos en una cama sobran testigos, cura y juez.   

Me alza la ceja el señor trajeado que está sentado en una mesa a escasos dos metros de mí y me dice que, si no es demasiada intromisión, en qué ando pensando. Me gustaría decirle que estoy empezando esa nueva novela que algún día verá la luz, pero no, he salido hace escasos veinte minutos de trabajar y qué mejor que esta Plaza de Santa Ana para preparar la reunión de mañana. Él se dedica a los negocios y esta aquí por trabajo, le digo tres lugares que tiene que visitar y se marcha sin preguntarme nada más. 

Acabo de tomar el último sorbo del café, aún arde como el sol cuando toca mi piel. De fondo suena  el famoso Canon de Pachelbel, es ya una de mis piezas favoritas. Te acabo de vislumbrar a lo lejos, a ti y a tus ojos intensos. Llevas el abrigo posado en el brazo y el corazón yo diría que en la mano. Creo que voy a cerrar ya esta entrada para poder abrir mis brazos contigo, porque cuando te acercas me acerco, y para qué dilatar el espacio como diría Joaquín Sabina si a nosotros lo que no nos sobra es tiempo. 











Comentarios

Entradas populares