León

Que igual que viene se va.

Bueno no, no se va igual, ojalá fuese de la misma forma y esas mariposas que un día llegaron se fuesen de igual modo y no convertidas en leones que te arañan cuando viene o va, cuando mira o no mira, cuando duerme o despierta, cuando está o no está o cuando se pierde y trata de vislumbrar el camino y justo tú pasas por ahí.

Igual que viene no se va, sino no se tendría que ir. Podría quedarse a seguir en esa primavera constante de luces y claros, de lunas llenas y no nuevas, de soles gigantes y no tormentas. Podría quedarse a ver como los días nos envejecen, nos hacen primero más débiles y luego más fuertes, podría quedarse a ver como los lunares de la espalda se multiplican, como el cuerpo cambia y se prepara para un día dar más luz e incluso vida. Quedarse a ver la gente nueva que llega y nos llena, las nuevas series que ocupan las largas tardes de domingo o el nuevo plato favorito en el nuevo rincón de la ciudad. 

Podría, pero lo único que hace es dejarnos claro que no es permanecer en la memoria del aire sino en el corazón de ese alguien. Y eso es mucho más de lo que el cambio de estación, de mes, de ciudad o de vida te puede dar. Es más de lo que nunca pudimos llegar a imaginar.

Dicen que somos nosotros quienes echamos al león y que decidimos cuándo y cómo. Pero, mienten. Sí, vale, algún día dejará de rugir y arañarnos las entrañas, quizás algún día lo hará con menos intensidad, pero ahí estará, en la sombra en los días grises y bajo el sol en los días azules. Ahí estará y no se irá.

Hay un dolor animal que no se puede ver ni tocar y acercarse a él es peligroso, pero vivir con él en una ciudad de cristal de silencios intermitentes, de lluvias secas y canciones que no terminan de hablar, podría ser mucho más doloroso que coger y atacar y luchar contra la adversidad.

Que igual que viene no se va, sino no se tendría que ir. Pero también es verdad que lo importante es tener paz y quizás el león algún día pueda volver a ser esa larva que nació sin quererlo y que llegó a brillar con tanta intensidad, eso sí, sin saber que podía hacerlo mucho más. 








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