Domingo
Domingo de otoño, ocho de la tarde.
Todos llevan el traje de los domingos, la mirada de los domingos y el perfume que huele a domingo...
¡Qué pereza me das domingo!
Qué pereza me das cuando vienes solo.
Pereza cuando nos dejas solos en las calles de Madrid, cuando no me compras el dulce más grande de la Puerta del Sol o cuando no me coges del brazo y me dices:
¡No, es pronto para volver a casa!
Qué pereza me das cuando me recuerdas que se hace de noche antes, que solo tengo un destino de vuelta y que sé donde pasaré la noche.
¡Qué pereza me das domingo!
Pereza al recordarme que nadie me conoce por aquí, que puedo gritar y nadie me mirará, que puedo bailar y nadie me aplaudirá, que puedo correr y nadie me parará...
Sí, ¡Qué pereza me das domingo!
Pereza cuando me recuerdas que hay que respirar los lugares para poder escribir sobre ellos. Pereza cuando me recuerdas que hoy no será una luna normal la que nos acueste. Pereza saber que veré la superluna sola y quizás en sueños, pero ¿Por qué no podemos compartir el mismo sueño aunque solo sea esta noche?.
Lo peor de todo es que me gustas.
Eres mi 31 de diciembre de cada semana.
Me obligas. Me enseñas. Me recuerdas. Y me animas, para mañana.
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