22 de septiembre
El otoño es esa estación de transición por la que hay que pasar sí o sí, nos guste o no, para volver a sentir el calor del sol.
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El otoño es como esa primera transición por la que pasan las parejas cuando rompen. Las hojas se empiezan a marchitar, se debilitan, y aunque siempre suele haber segundos intentos, al final estas terminan cayéndose. Los días se vuelven marrones y tratamos de pisar con fuerza las hojas en el suelo en señal de protesta por el duelo. Pero esto solamente es una respuesta de nuestro cuerpo para no hundirnos en el intento.
Después, llegan los tiempos gélidos y fríos. Cuando ya hemos pisado con fuerza las hojas que yacían en el suelo vienen los “echar de menos”, con sus lluvias, nieves y tormentas.
Tras soportar, a veces a duras penas, las bajas temperaturas, el hielo al amanecer o el silencio de la noche, vuelve a llegar el cambio de hora. Ese que quita tiempo a la oscuridad.
La luz empieza a llenar cada recoveco de la ciudad, las plantas vuelven a brotar y finalmente el sol vuelve a alcanzar los 40 grados centígrados.
Hay otoños que no empiezan en septiembre, por eso, a todos aquellos que empezáis transición no tratéis de correr. Cada estación necesita su tiempo, no vais a llegar al verano en enero por cambiar de marcha y pisar el acelerador. Necesitáis pasar por todas las estaciones para volver a brillar, y no importa cuántos días os lleve, porque lo importante es llegar.
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