Los charcos

Este año dicen que la primavera la sangre no altera. Hablan de un eterno invierno que se repite en bucle como la canción del verano en cada verbena. Esas que parece que este año tampoco harán bailar a los vecinos. Primavera de suspiros en los portales, de sonrisas y aplausos en el alfeizar de las ventanas o de hornos que hacen más dulces los días grises. 

Primavera de desconocidos que ahora se fuman un cigarrillo compartido en el descansillo del edificio. Primavera de protagonistas de una historia grande, de tormentas y desastres, de preguntas sin respuestas y de noches de las que mejor no hablarte.

En las neveras hay más cerveza y en las mesas menos gente para brindar. El armario de los chocolates está a rebosar, las suscripciones colapsan la bandeja de entrada y los libros ya no saben ni qué contar. Las videollamadas ya no se ven igual, aunque de vez en cuando no vienen mal. Las pinturas al principio plasmaban aquello que echábamos de menos y ahora solo colorean momentos inciertos.

Cada tormenta que veo más me acuerdo de esos días. Me empapaba la lluvia mientras atravesaba cada charco en una carrera a contrarreloj hacia no sé muy bien donde, girándome de vez en cuando para ver si tú también te habías atrevido a desafiar a la tormenta, esa que aunque ya se avistaba a lo lejos parecía que solo nos daba una tregua. 

Me empapaba cada día de tormenta porque sabía que la luz del rayo no te asustaría, que el sonido del trueno no te frenaría y que ninguna gota del cielo nuestro encuentro, fortuito, impediría. O al menos eso creía. Me empapaba la lluvia cada día de tormenta recorriendo una ciudad desierta que aguardaba en sus casas con temor al cielo oscuro y a ese ruido rudo.

Ahora que el encuentro se demora, con tormenta y sin tormenta, que la tierra parece que se parte en dos cada día, que la ciudad está prohibida, como mi intento casual por verte. Ahora que no hay lluvia que nos pueda mojar, que no hay charcos que podamos saltar, porque tenemos que ser cautos y esperar, es cuando encuentro luz en esta primavera guerrera.

Ahora que me limito a observar el charco, que en otra época ya habría pisado, es cuando veo vida en cada paso que di, en cada tormenta que sorteé, en cada calle que recorrí o semáforo que me salté para tratar de llegar a ti. Aunque debo reconocer que no en todas las tormentas corrí la misma suerte.

Ahora que soy un mero espectador de la lluvia desde la ventana, veo vida en cada día tormenta porque verla desde la barrera me ha hecho darme cuenta de que esto es una mierda. Volveré a salir, a mojarme, volveré a huir del trueno, cerraré los ojos con el resplandor de cada rayo y volveré a obviar el rojo del semáforo, pero eso sí, en la próxima tormenta me encargaré de que lo fortuito ya no solo dependa del azar. 













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