miedo
miedo al miedo.
miedo a tener miedo.
miedo a tener que tener miedo.
miedo a tener que tener miedo al miedo.
miedo de mí y no de ti, pero miedo de mí sin saber de ti o sin tenerte aquí.
Si me lees, dime o bueno no, pero al menos piensa, cuántas veces has tenido miedo a algo y cuántas veces ese miedo ha perdido fuerza en la Escala de Ritchter porque ha llegado otro, que según tú, era mayor.
Tenemos tantas ganas de que exista el miedo que si damos cinco pasos somos capaces de retroceder a veces hasta cuatro por lo que pueda pasar, como distancia de seguridad, prevención ante posibles choques, como si no estuviéramos asegurados a todo riesgo, o quien sabe qué. Somos capaces de decir mañana, y no hoy, porque hay que ser cautelosos, porque no sabemos si es sí cien por cien, o si es no, y ante eso es preferible no tentar a la suerte. Somos capaces de mirar hacia otro lado cuando nos morimos por dar un paso al frente, cuando sin frenos y sin paracaídas nos tiraríamos desde lo alto del Perito Moreno aun sabiendo que abajo hay hielo que podemos morir en el intento y que no nos daría tiempo a gritar.
Tenemos tantas ganas de creer que no todo es fácil, que no todo sale a la primera, que los sueños no se alcanzan porque son eso, simples sueños, que no somos capaces de arrancar el puto coche a la primera porque nuestra cabeza dice que se nos tiene que calar sí o sí.
Tenemos tantas ganas de hacernos pequeños de vez en cuando, que cuando somos grandes nos quedamos noqueados, tenemos vértigo y de nuevo miedo a esa posible caída. Tenemos ganas de que exista algo opuesto a lo estable, a la calma y a la paz, tenemos más ganas que nunca de miedo, y así va, así nos va...
A mí me pasó, sí, en pretérito, porque ahora desde la cima no veo posibles caídas, veo que si hay algo dentro de toda esta historia son las pocas ganas en la gente de lanzarse, las pocas intenciones de tomar velocidad en plena rasante, el recelo de no desafiar a la gravedad cuando algo va mal, pocas fuerzas y pocas expectativas de sentirse plenos, con todo y con nada.
Creo firmemente que en esta vida si hay algo que nos podemos ahorrar es el miedo, que además se vende barato, que lo hay de varios tipos y colores, pero con una única finalidad: bajarle decibelios a nuestros bailes, apagar la luz de las aceras, hacer que los días sean más cortos, que los atardeceres dejen de existir y sobre todo que los años pasen en balde destrozándonos, en vez de pasar por encima de nosotros nutriendo, ardiendo y construyendo.
Que los culpables no son los miedos, el único culpable es quien los crea.
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