Lunares.

Ensimismó el primer día que ese cuerpo se le presentó desnudo.
¿Como existía tanta perfección donde albergaba tanta imperfección?

Su mirada deslizó de arriba hacia abajo. Sus ojos extasiados y sobresaltados se paraban en cada parte de ese cuerpo. Tímido, avergonzado y desarropado.


Volvió en sí, o al menos eso creyó. Ordenó deslizar su mano por cada onda de su cabello. Desordenado y enredado. Primero con un dedo. Y solo cuando comprobó que el orden volvía en sí, los demás dedos despertaron.



Conocía todos y cada uno de los lunares de su cuerpo. El enfoque perfecto para destacarlos o el filtro adecuado para disimularlos.



Le gustaba perderse cada hora del día entre ellos. Acariciarlos y besarlos. Le gustaba contarlos cuando ella dormía. Noche tras noche. No aceptaba la idea de que ese cuerpo cambiase sin él ser testigo.



Quería ese cuerpo por lo que era vestido o desnudo. Quería ese cuerpo con luz o sin luz. Con agua o sin agua. En invierno o verano. De noche o de día.

Y no sabía por qué.


Lo único que sabía era que cada vez que lo tenía entre sus brazos no quería soltarlo. Que cada vez que sus labios lo tocaban no quería separarlos. 

Que cada vez que ellos se convertían en uno jamás querían volver a ser dos.


¡Los lunares de tu cuerpo!






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