Su ciudad se quedó pequeña

Decían y dicen que nosotros mismos somos los que mejor nos conocemos. Así lo creyó ella. Creía conocer sus puntos débiles, sus virtudes, su té favorito, su mejor rincón para leer así como la canción perfecta con la que bailar desnuda enfrente del espejo horas y horas. Creyó saber quien era.

Creía en los sueños y por eso nunca los contaba. Quería que se hiciesen realidad. Creía en las estrellas fugaces, en las pestañas que yacían en los pómulos y en los molinitos de viento. Creía que podría volar.

Su rímel comenzaba a correrse, el labial de rojo carmín ya no dibujaba unos labios mullidos. Habían dejado de tener luz. Creía conocerse. Creía que era esa misma que se enfrentaba al espejo.

Una pequeña lágrima negra dibujaba su recorrido por la cara. Pestañeaba, volvía a pensar que se conocía. Un grito al cielo desesperado sonó y su cara lavó.

¡No, no soy quien creía ser!, se repitió tres veces antes de tomar papel.

Ahora lloraba por ella. La buscaba a ella. Soñaba con ella y reía por ella.
Ahora dejaba de tener miedo a sentir y soñar cosas prohibidas.

Ya luchaba y vivía por y para ella.

-Sé tu mism@, quiere y ama cada parte de tí, ríe con cada uno de tus defectos y aprende de cada error cometido, solo así sabrás quien eres realmente. Solo así tendrás enfrente del espejo a una persona transparente, capaz de querer y de ser feliz.-



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