Alejandra

Se llama Alejandra, tiene 19 años es de Venezuela y hace unas semanas que la vida quiso que me chocase con ella en aquella parada del metro de Madrid donde solo ves maletas que vienen o van al aeropuerto. Rondaban las nueve de la noche, era un ir y venir de gente y entre todos ellos allí estaba ella en el borde de las escaleras, a punto de precipitarse y no por ellas. Respiraba fuerte, exclamando algo que no podía llegar a entender por culpa de aquellas lágrimas que no cesaban de brotar y empapar su mascarilla que hacía a la vez de muro de contención.

Aquella tarde entendí que vamos con prisa y sin vida, que da igual lo que pase a nuestro alrededor con tal de llegar a nuestra cita, a la reunión, a nuestra casa o quedada. Da igual cuantas personas nos rocen el brazo en las escaleras o el metro, porque nadie reparará en que tú quizás necesites un chaleco salvavidas en ese momento. Y quiero creer que no es porque no quieran lanzártelo sino porque van tan absortos en su día a día que no son capaces de verte varada en el océano.

Nadie podrá ver tu cuerpo que ha decidido abrirse en canal en ese justo momento cuando ya no podía más, y es que hay veces que eso no se puede controlar. 

Eran las nueve de la noche, volvía de trabajar, bueno volvía de tomarme algo con los compañeros del trabajo, afortunada yo por el trabajo y los compañeros. Iba en el metro con la mirada fija en el cristal de la ventana viendo como las paradas iban pasando, como si la vida corriese a mi alrededor, la gente se movieses y yo estuviese allí anclada en el espacio y tiempo. Iba exhausta, y no por la cerveza, pero todos tenemos momentos donde vamos a un ritmo mayor al normal, ya sea en el trabajo o en cualquier otro ámbito. Recuerdo cómo se abrió la puerta del metro, tenía que hacer el primer transbordo, y allí empezó todo.

Ahí estaba Alejandra, agarrada a la barandilla de las escaleras, mientras el resto del vagón bajaba por las escaleras mecánicas a un ritmo donde con un poco de suerte ni tenían que sortearla. Allí estaba ella, con la mirada perdida, mientras sollozaba y salían palabras de su pecho, de esas que se entrecortan y se lanzan al aire como si alguien ahí arriba pudiese escucharte y llegar a salvarte.  

Allí estaba Alejandra, se acababa de despedir de su madre, que volvía a casa, a Venezuela. Decía que se quedaba sola, que no sabía cómo iba a hacer para vivir aquí sin ella, que no sabía cómo vivir con tantos kilómetros de distancia y sabiendo que probablemente no volverían a abrazarse en muchos meses. 

Tras la mascarilla veía una niña, una niña que creía que acababa de perderlo todo. Una niña que sentía que su mundo había acabado, como cuando te rompen el corazón por primera vez y crees que no vas a superarlo nunca. Cuando consiguió cesar el llanto, cuando su respiración se relajó y entonces pude escuchar su voz, tan inocente como su edad, entendí que quizás el metro que se acababa de marchar para ella era uno de esos que nunca olvidarás. 

No hay palabras o miradas que curen a "un echar de menos", que curen a un corazón que se acaba de quedar frío y sombrío, y menos palabras de una desconocida. Pero si algo hemos aprendido en esta vida, por muy jóvenes que seamos, es que hay veces que no se necesitan palabras para salvar a alguien del naufragio. 

En mi ritmo frenético, donde a veces me olvido de lo que importa y lo que no, aquella tarde/noche la vida me volvió a recordar que somos tan vulnerables a su edad, y a la mía, que por mucho que queramos hay desgarros que duelen como si se tratase de aquella primera caída con la bici cuando acababas de quitarle los ruedines, y es que esas primeras veces para nosotros eran un mundo. Ahora, hoy, nos sigue pasando lo mismo, y nos pasará, pero con el tiempo y sobre todo experiencias, aprendes a relativizar. 

Alejandra no se había quedado sola como ella me repetía una y otra vez. Ella podría escuchar o sentir a miles de kilómetros el cariño de su familia, pero ahora para ella la distancia era como una sentencia de muerte. Y no pasa nada. Con el tiempo aprendería que sí, que es una auténtica faena, pero que en la escala del uno al diez de faenas esta no llegaba ni al cinco. A las semanas habría aprendido a volar sola, a transformar su pena en fuerza y las lágrimas en presente y no en futuro. 

Aquella tarde, y los días de después para ella sería necesario llorar, lo sé. Pero después, después aunque a nuestras madres no les guste la frase de "mal de muchos consuelo de tontos" hay que echar un vistazo fuera para volver a recordar como es mi caso, o aprender por la corta de edad de Alejandra que ahí fuera, fuera de nuestra burbuja donde parece que solo tenemos problemas nosotros hay una vida que sigue su curso, una vida con sus más y sus menos que azota a veces tan fuerte que asola, sí, pero que ni en esas ocasiones mata.  

Aquí solo hay un adiós para siempre,  un echar de menos que será eterno y no hace falta que os recuerde cual es porque todos sabemos a lo que me refiero. Por eso, todas las demás faenas que nos traiga la vida nos harán llorar más o menos, pero ninguna nos matará y aquella tarde Alejandra necesitaba oírlo, y yo aunque ya lo supiese necesitaba decirlo en voz alta para sin darme cuenta volver a recordar que la vida... 

es algo más que pagar facturas,

la vida es algo más que vivir con miedo,

la vida es algo más que un montón de multas,

la vida es algo más que cortarse el pelo.

La vida como dice la canción de Templeton tiene que ser mucho más que esto, mucho más que una despedida, una caída o  eso que a veces consideremos ruina. 

Querida Alejandra, todos hemos sido tú alguna vez y créeme, todos hemos resurgido como el Ave Fénix. Ahora, vuela, que la vida es lo único que nos mantiene vivos y grita cuando necesites ayuda, porque ahí fuera hay mucha gente que no está en tu lista de contactos, pero que estará dispuesta a remar contigo. 


P.d. Perdóname por guardar en la galería de mi móvil tus manos inquietas sosteniendo como podían esa servilleta húmeda, que lo cierto es que no sé ni de donde la saqué, pero quería mostrarle al mundo que hay muchas Alejandras ahí fuera, que necesitan ser vistas en la calle, en el metro o donde sea. 


Comentarios

Entradas populares