Antonio

Antonio tiene el pelo largo teñido de mechones grises y blancos, y digo tiene, porque solo deja de existir aquel al que se le olvida, y como podéis ver este no es su caso. Un cuerpo menudo y unos ojos grandes que llenan sus profundas cuencas que a pesar de tener un aspecto rudo miran con una dulzura inmensa. Antonio tiene una voz con un timbre tímido, pero sonante, y muchas veces habla bajito solo con la intención de que te acerques un poco más para poder escucharle mejor y él aprovechar el momento para sacarte conversación y tener a alguien con quien hablar, y así pasar los días teniendo menos en qué pensar. Así me lo confesó en una de aquellas tardes cuando paseaba por aquel rincón de la ciudad.

Antonio, como Manuel, va con su casa a cuestas todos los días y como sus palabras decían "todos en esta vida no corremos la misma suerte". Una vez mientras me agachaba a uno de esos ventanales en los que él reposaba su espalda, me preguntó que si creía en las brujas. No pude evitar sonreír, él parecía seguro de su pregunta y sus ojos suplicaban a gritos mi respuesta. No Antonio, no creo en las brujas. No me dio tiempo a pestañear cuando su voz volvió a sonar, ¿y crees que hay vida después de la muerte chiquita? Así me llamaba a mí, y a todas las chicas/mujeres/niñas que por allí pasaban y dejaban su granito de arena en aquel cartón húmedo por la niebla en el que él solo pedía un poco de clemencia. 

No creo en la vida después de la muerte Antonio, pero creo que para que los vivos podamos continuar cuando perdemos a algún ser querido creamos un lugar apartado de la realidad, que no podemos tocar, que no podemos ver y que no podemos sentir en el cual situamos a aquellos que nos dejaron y confiamos que desde allí nos estén viendo y cuidando. Un lugar al que gritar cuando no podemos más, al que mirar cuando las lágrimas no dejan de brotar, al que sonreír cuando el aplauso acaba de sonar. Un lugar que nos mantenga con vida a los que nos quedamos sin parte de ella cuando alguien a quien amamos dejó nuestro lado. 

Antonio frunció el ceño y con cada una de mis palabras hacia movimientos con su cabeza, como si estuviese analizando aquel remoto lugar del que yo le estaba hablando. Estuvimos en silencio, quise que fuese él quien rompiese ese momento de análisis, quise saber cuál era su opinión, pero Antonio solo me miró a los ojos, su natural y normal sonrisa se ocultó, y yo reconozco que mi rostro se tensó pensando que quizás había dicho algo que pudiese haberle sentado mal, pero tras unos segundos más en los que yo sentía que el corazón me iba a estallar, él solo musitó... el día que yo me vaya, ¿tú me llevarás a ese lugar tuyo chiquita? 

Mis ojos empezaron a brillar, pero no era justo que yo derramase ni una sola lágrima delante de él, no era justo. Sonreí, él esperaba mi respuesta con más ansia que ninguna otra vez, de hecho su rostro seguía serio y su mirada se había posado en mis labios esperando que yo le contestara. 

Claro que sí Antonio, en ese lugar hay un hueco para ti en el que todos los míos te van a cuidar. Te lo prometo, y así será cuando tenga que llegar. 

Tras mis palabras su gesto se volvió dulce como de costumbre, me miró y esbozó un gracias chiquita. Me incorporé, me despedí de Antonio y nunca más le volví a ver. Pero ahora sé que esta en ese lugar en el que no hay tormentas de las que cubrirse, fríos de los que arroparse, ni humedades de esas que calan el alma. Disfruta Antonio de tu nueva vida, en ese (mi) lugar en el que ya todos podéis descansar. 

Ese ramo que ahora luce en la calle no es mío, y después de la lágrima que brotó por mi mejilla al descubrirlo, nació una sonrisa porque con esas flores y esas palabras entendí que no había sido la única que había dedicado un minuto de su vida para conocer a Antonio. 

Es hora de volar Antonio, volar tan alto como puedas. 





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