la puerta

La puerta que nunca me atreví a cerrar. 


Estoy segura  que a lo largo de vuestra vida habéis dado un portazo a cientos de cosas, de situaciones y de personas. Habéis cerrado cientos de puertas con ímpetu, enfado y sentencia creyendo así que bloqueabais el camino que os llevaba a un lugar o a una persona en especial, y solo porque con el tiempo ese camino os empezó a hacer mal. 

De todos esos portazos, decidme ¿cuántos han sido certeros? ¿cuántos han sido firmes? ¿cuántas han sido las veces que vuestra mano temblorosa se ha posado en el pomo de esa jodida puerta con la intención de volver a ver que seguía vivo tras ella? ¿cuántas?

La puerta que nunca me atreví a cerrar. 

Es solo una falsa creencia, el mito de carpetazo. Hay puertas de madera de roble, de cinco centímetros de grosor, sin cristales y sin ninguna mísera grieta a través de la cual pueda entrar un atisbo de luz, que son más traslúcidas que cualquier cristal. Y es que ya lo dijo Izal en una canción, imaginarnos que puede estar pasando tras esa puerta no nos deja imaginar como sería para nosotros volver a empezar. 

Lo fácil, y lo sencillo a simple vista es cerrar la puerta para no ver más. Muchos de nosotros incluso decidimos echar la llave, con el fin de estar más seguros, de afianzar que no vamos de farol, que hemos emitido una firme sentencia y que eso va en serio. Pero, ¿sabéis qué? ninguno de nosotros nos deshacemos de esa llave, la guardamos en el cajón más remoto de nuestra habitación con todos los recuerdos de esa vida que queremos cerrar, pero ahí está, a dos pasos de nosotros, en el cajón prohibido, olvidándonos de que lo prohibido es lo más tentador. 

Pues sí, no es fácil borrar de nuestras vidas las experiencias a nuestro antojo, ya sea porque no nos gustan, porque nos hicieron daño o porque consideramos que nos llevaron por el camino equivocado. Cuando vas conduciendo y el GPS te lleva por la ruta equivocada, actualizas y retomas el camino desde el punto en el que estás, no vuelves a tu punto de partida y no borras del cuentakilómetros los kilómetros que el coche ha hecho en "balde". 

Y digo en "balde", porque esos kilómetros en los que íbamos por el camino equivocado resulta que nos han llevado por una pradera verde, donde hemos visto animales pastando, donde hemos visto nubes y claros sobre montañas escarpadas. En esos kilómetros nos ha llovido, nos ha nevado y ha salido el sol. Y además, hemos parado a comer en una taberna donde hemos conocido a una familia maravillosa y de postre hemos comido nuestra tarta favorita de queso. 

Con esto quiero deciros a todos, que por muy erróneo que consideremos un camino, algo bueno ha tenido, algo bueno nos ha traído y algo bueno nos ha enseñado, porque quiero recordaros que las experiencias malas también nos hacen crecer. 

Hay una puerta que nunca me he atrevido a cerrar, porque no quiero sentir que es prohibida, no quiero borrarla de mi cuentakilómetros, quiero poder asomarme tras ella cuando quiera para echar un vistazo desde el marco, tomar aire y ver qué fue lo que hice cuando sentí que iba en dirección contraria. A los seres humanos los aprendizajes nos duran muy poco, por eso si nos dedicamos a "dar portazos" o a guardar en cajones prohibidos, ¿dónde vamos a ganar la confianza y la seguridad que necesitamos para ponernos al volante y emprender la nueva ruta?

La puerta que nunca me atreví a cerrar. 




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