El chico del ascensor

50 segundos tardé en llegar de la tercera planta al primer piso.  50 segundos. 

Las seis y media de la tarde, primeros de enero, la campana (imaginaria) había sonado, teníamos vía libre, la jornada laboral había acabado. Cierras sesiones, recoges tu nevera de la cocina, te despides de todos hasta mañana y pulsas el botón. Tercera planta, la flechita roja indica que el ascensor está en la cuarta, 10 segundos más tarde llega a recogernos, abre sus puertas y claro, como era de esperar va lleno. No importa, cogeremos el siguiente ascensor.

A mitad del recorrido de sus puertas para cerrarse e iniciar la bajada se escucha una voz al otro lado de aquel habitáculo de un metro cuadrado. Uno de aquellos chicos de la cuarta planta sisea los seis fonemas de mi nombre con cierta duda, un ¿Sandra, eres tú? Alguien al otro lado ha creído reconocerme. Las puertas se están cerrando y mis ojos al instante se tornan hacía aquellas puertas metalizadas tratando de encontrarse con aquella voz dubitativa. Cada uno a un lado de ellas intentando ganar el pulso en esa carrera. Se cierran. Y no he podido dar con él. 

No pasa nada, si alguien me ha reconocido estará abajo esperando. Se abre el ascensor de nuevo y yo impaciente y casi sin dar tiempo a que se abran las puertas enteras cruzo al otro lado, como cuando era pequeña y en la feria de mi pueblo esperaba ansiosa que fuese mi turno para subirme a lomos de aquel corcel al que siempre llamaba Chacal. Yo siempre estaba segura de que algún día se abriría camino dejando de dar únicamente vueltas en círculo y dejando a todos los niños atrás. Aún sigo creyéndolo cuando paso cerca de esta atracción, benditos caballitos y bendita inocencia. 

En cuestión de segundos llegamos abajo, las puertas del ascensor se abrieron, mis piernas en modo automático saltaron al piso y, ¿sabéis qué?, allí no había nadie. La recepción estaba vacía, nadie. Si esa persona sabía mi nombre intuyo que tenía que estar en mi lista de contactos o red de amigos de Instagram, supongo. Sin darme cuenta estaba activando mi propio algoritmo mental. 

En la cuarta planta estaban los desarrolladores y técnicos, entre otros. En los 50 segundos que tardé en cruzar el vestíbulo para salir a la calle estaba haciendo una segmentación del mercado como tratando de entender cuál era mi público objetivo para la siguiente campaña. 

Segundos que juegan con nosotros. Desde luego si hubiese sabido que al llegar abajo no me iba encontrar con nadie, me habría interpuesto sin pensarlo dos veces entre aquella puerta ruda metalizada.

Segundos que juegan con nosotros. Lo que dura un hola o un adiós, un sí o un no, lo que tardamos en darle a enviar ese mensaje, en bajar la mirada para no chocarnos con la suya, en dar a me gusta, en finalizar la compra, en darle al play o en elegir cuál de las dos direcciones del metro cogemos: una nos lleva a casa y otra nos lleva a la suya. 

No hay cosa que más rabia me de en esta vida que quedarme con la duda y la curiosidad como me pasó aquella tarde, y espero que a vosotros os pase lo mismo. No me quiero ver en unos años preguntándome cómo habría sido si... 

Prefiero verme con mis 50 aciertos y mis 50 errores, y no con 50 interrogantes. En 50 segundos, lo que tarda en bajar el ascensor, pueden pasar muchas cosas, pero prefiero que pasen a que se queden en nada. Obviamente no lo tenemos todo al alcance de nuestra mano, pero os puedo asegurar que lo que importa es ingeniárselas para encontrar respuestas. No gastes más de 50 segundos en decidir, elige y si sale mal, vas a la otra opción, pero al menos no te quedarás con la duda. 

P.D. Encontré al chico del ascensor, bueno él me encontró a mí, pero de no haber sido así, no habría tardado más de 50 segundos en ir en su búsqueda.  Con la duda yo no me quedo. 



Comentarios

Entradas populares