Sed
Agua, agua que cae del cielo, que baña tu pelo, que de inmediato se riza, y tu epidermis hidrata. Agua que se derrama por tus mejillas y te alivia de aquellas crueles heridas. Que calma tu cuerpo ardiente y apaga ese fuego que brota en ti incandescente. Agua, capaz de rescatarte del calor del verano y llenarte el cielo de copos cuando llega el invierno y tú crees que el cielo se partirá con cualquier trueno.
Agua, que pone en funcionamiento la turbina, que gira deprisa y sin pausa, y que te genera la energía que a veces te falta. Agua, que ocupa las tres cuartas partes de tu cuerpo y que te sostiene cuando la tormenta amenaza con arrasar tu incesante y constante esfuerzo. Agua, que limpia tus poros de huidas, de escenas prohibidas, de besos robados y batallas perdidas.
Agua, agua fría, agua fría y cristalina, que sacie tus papilas gustativas, que te haga flotar en la oscuridad, que te arrastre hacia la orilla y te mantenga con vida. Agua, que resbale de tu paraguas, que llene los charcos que saltas o los cristales que a veces empañas. Agua, fría y cristalina, que proyecta luz y colores en el cielo cuando la tormenta ya se ve de lejos y el sol se abre paso entre los setos.
Agua, agua fría, que brota del suelo, que apaga el infierno y acaba con tu tormento. Que emana de tus labios, y que yo sostengo con las yemas de mis dedos antes de que caiga y moje todos tus huesos. Agua, que desciende por nuestros dos cuerpos a oscuras y en silencio, en un espacio de un metro cuadrado, y que limpia nuestros cuerpo tensados y pegados.
Agua, agua que inunda y que arrasa, y mientras tu sed que no descansa. Agua que marque el final de temporada, pero el inicio de una nueva época señalada. Agua que nos lleve mar adentro y nos junte cuando empiece el invierno.
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