Cuento de Navidad

Cuento de Navidad

Quien dijo que para que existiese la Navidad hacían falta unos adornos, un árbol o mucho turrón.
Aquella niña siempre había creído en esos ideales navideños, en los regalos bajo el árbol, en las luces, ese espíritu que empapa cada entraña de las ciudades. Al pasar el año, y  llegar de nuevo otra vez el mes de diciembre, vio que ni necesitaba Navidad, ni regalos, ni turrón...

Eran unos días más, unas noches más, unas comidas más y los regalos ya pasaban desapercibidos aunque nos llenasen de amor el corazón. Era ella quien quería dibujar esta Navidad, quien quería encargarse de repartir el amor que había recibido durante 365 días, de personas que habían estrechado sus manos llenas de afecto, o de cariño. Pero si algo había descubierto la pequeña a lo largo del último año, era que por encima de ese beso, abrazo o simple te quiero, que llegaban en el momento más preciso y necesitado, estaba esa necesidad de brotar de sus ojos cientos de miles de lágrimas, y eso era lo que más odiaba en este mundo.

Sí, así era, en numerosas ocasiones pensaba "¿Seré una persona fría?", "¿por que no puedo dar todo aquello que guardo para quienes más quiero?"...resulta que a la niña la enamoraban las sonrisas, y solo tenía un miedo, que sus lágrimas fuesen capaces  de borrarlas, de empañar el momento más feliz o de perder minutos de alegría.

Una mañana al despertar, antes que desear poner un árbol como objeto navideño, salió corriendo, era temprano, el pueblo dormía, solo la acompañaba una brisa fría que la empujaba, un sol que no quería salir y el canto tímido de algún pajarillo. A las horas regresó a su casa y para que nadie notase que había estado ausente, se metió de nuevo en la cama.

Era la hora de comer cuando se dispuso a bajar las escaleras una mañana más, de aquellos días de vacaciones, no había nadie en casa, ni un sonido, ni ninguna voz en la calle... ¿Dónde estaba la gente?
Sonó el timbre, veloz corrió a su encuentro, al abrir la puerta se encontraba su mamá, los ojos brillantes, una sonrisa eterna (de las que la niña amaba), y únicamente se acercó a la niña: la besó, la abrazó y le susurró al odio con una dulce voz Te Quiero....

La niña no quiso reprimirse más y no le importó que miles de lágrimas descendieran de sus ojos, estaba feliz su regalo de navidad había llegado, su mensaje había sido transmitido... :)

Posdata: la niña aquella mañana al salir de casa temprano y sin avisar, había enfundado cada árbol, farola y fachada del pueblo con este mensaje:

"SIENTO NO AGRADECERTE TODO COMO DEBIERA, PERO AQUÍ SI NO ES DEMASIADO TARDE TE DEJO MI BESO, MI ABRAZO Y MI TE QUIERO"

(Demasiadas personas sabían que debían darse por aludidas, porque nunca es tarde para decir, Yo también te quiero) Feliz Navidad :) 

Comentarios

  1. Nunca, nunca, me oyes, es demasiado tarde para un beso, un abrazo, ni mucho menos para un TE QUIERO.
    Precioso cuento. Preciosa niña.

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